El aprendizaje de los primeros años
Los seres humanos nacemos totalmente indefensos, a
diferencia de otros muchos animales que a los pocos segundos/minutos son
capaces de andar, volar,…, pero, perfectamente dispuestos para absorber/aprender/evolucionar
desde ese mismo momento hasta el día de nuestra muerte. En los primeros años de
nuestra vida experimentamos nuestros sentidos y sentimientos además de aprender
a dominar nuestro cuerpo. El progreso mental nos ayuda a comunicarnos y expresarnos
con los demás, nos formaremos una idea/imagen de mundo, de sus pobladores y, al
final, de nosotros mismos.
Cuando llegamos a este mundo, desde el primer momento, reaccionamos
a los/as rostros/caras que nos rodean, es cierto que la nitidez/claridad es
prácticamente nula, pero si diferenciamos un fuerte contraste/diferencia. En
unos pocos meses la visión mejora notablemente. Además nacemos con un reflejo
prensil, un rastro de nuestros antepasados mas prehistóricos. Está más que
demostrado que también reaccionamos a los ruidos, olores y sabores. La
universidad de Pennsylvania, EE.UU, verificó que solo dos horas después de nacer
reaccionamos con gestos mímicos ante sabores dulces, amargos, agrios,…, siendo
los sabores salados en los que menos se aprecian estas muecas.
Los primeros movimientos, giros, estabilidad para
mantenernos sentados, “gateos”,…, son el preludio para levantarse y caminar. La
coordinación perfecta entre músculos, neuronas, equilibrio y visión nos ayuda
dar nuestros primeros pasos, aunque esto solo no basta para lograr llegar a la
meta; el pie -compuesto por 26 huesos diferentes- tiene que formarse. En un año
caminamos solos sobre nuestras piernas, al principio totalmente inseguros, con
pasos cortos y distancias cortas. Al llegar a los dos años somos capaces de
correr. La habilidad de escalar es otro vestigio de nuestro pasado simiesco.
Según manifiesta la ciencia, la rápida orientación en un espacio tridimensional
exige un rendimiento cognitivo alto -Se cree que la práctica de la escalada
impulsa el desarrollo del cerebro-.
Entre los dos y los cuatro años descubrimos nuestra
voluntad, es una fase de rebeldía en donde practicamos la autoafirmación y
aprendemos a aceptar las derrotas. La envidia, las enemistades, las peleas, son
el día a día. Durante la etapa de aprendizaje básica, diversos niños tienen
dificultades cuando se trata de repartir/compartir algo de forma justa. La
mayoría de los neurólogos creen que la causa se encuentra en el córtex
prefrontal; esta zona cerebral es la responsable del control/dominio de los
impulsos/arrebatos y, no madura hasta el final de la niñez.
En los años 60 el psicólogo suizo Jean Plaget estudio la
evolución moral de los niños vigilando hasta qué punto se respetaban las reglas
cuando jugaban a las canicas. Los juegos basados en reglas, como las canicas,
solo funcionan si todos los participantes aceptan los acuerdos que los rigen,
es una cuestión de madurez moral. El juego/trato con mascotas/animales ayuda a
asumir responsabilidades sobre otros, provocando un conocimiento por la
naturaleza.
La investigación/estudio de las relaciones entre hermanos
revela que entre los tres y cinco años los hermanos pasan más tiempos juntos
que con los padres, a veces, más del doble. Los hermanos compiten y se pelean
por la atención de los padres, pero su cercanía suele ser mayor y más intensa
que en cualquier otra relación. La hermana mayor, y no la madre, suelen ser el
modelo a seguir en las chicas.
Cuando se inicia la pubertad comienza la independencia de
los padres, la búsqueda de amigos, la sexualidad y los primeros pasos hacia el
mundo adulto. Los amigos/compañeros, generalmente de la misma edad y condición
social, se convierten en el centro de nuestras vidas. Salir con ellos es para
la mayoría una importante actividad de ocio/diversión. Para la gran mayoría es
mejor ir a montar en “bici”, nadar, celebrar una fiesta o ir a un concierto con
los amigos, que jugar con el ordenador/videoconsola. La adolescencia, marca el final de la pubertad.
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